Querido abuelo!!
Te escribo esta carta, para poder contarte cómo va mi Semana Santa desde que tú no estás aquí junto a nosotros.
No hay día que no me acuerde de ti cuando llega la época más
esperada de todo el año “Nuestra Semana Santa”. Gracias a ti y a mi padre
hicisteis que yo cogiera pasión y devoción por este mundo semana santero sintiéndome
muy orgullosa de ello y sobre todo de vosotros dos.
Tengo pequeños recuerdos de cuando era más pequeña en los que
preparábamos las túnicas, los faros, medallas para dar comienzo a estos días.
Siempre me gustaba ponerme el caperuz y desfilaba por el pasillo de tu casa, que
persona hoy en día no recordara esos momentos vividos cuando éramos pequeños.
Siempre quise ser de alguna cofradía como lo eras tú….quien
me lo iba a decir a mí, al final lo conseguí porque a día de hoy soy de tres
cofradías y algún día espero ser de alguna más en la que tú querías que yo
estuviera.
Has sido cofrade de varias cofradías durante muchísimos años,
pero de una en especial es la que hace que me acuerde de ti cada año, cada
tarde de martes santo, la procesión de la Cofradía de Jesús del Vía Crucis.
Recuerdo esa tarde como si fuera ahora mismo, tendría 6 o 7 años, iba con mi
padre agarrada de su mano para colocarnos en primera fila para poder verte,
siempre del lado derecho junto al Mozo.
Una vez que ya
estábamos en la fila, me viene a la mente una imagen de ti, que es recorriendo
la Rúa de Los Notarios dirección a la Catedral vestido con tu túnica, con tu
faro apoyado en el hombro, y como no, con tu puro. Te acercabas a nuestro lado
para darme ese beso en todo el carrillo apretándolo como siempre hacías y
poniéndomelo súper colorado el cual no me gustaba nada pero que a día de hoy es
el que más echo de menos.
Llegaba el momento, ya empezaba la procesión, de repente
primero aparecía la banda de cornetas y tambores, y yo hacia el movimiento al
son de ellos imitándolos con toda la emoción porque ibas a pasar tú junto al
Mozo, para recorrer las calles de Zamora. Seguido Barandales, que grande era y
lo que me gustaba verlo y después una fila llena de cofrades que parecía
infinito hasta que llegabas tú, junto a él. No sin antes ver las estaciones del
vía crucis, unas tallas que llamaban mucho la atención de lo bonitas que eran.
La procesión continuaba dirección a Cabañales para que La Virgen de La
Esperanza y el Nazareno hicieran su reverencia y después cada uno fuera a sus
iglesias donde permanecían en esos días. Tú siempre acompañabas al Nazareno
hasta San Frontis con las vistas tan bonitas que tenemos del Rio Duero y la
Catedral y te volvías andando con tu felicidad camino a casa con nosotros.
Un día te fuiste y no
volviste más. No pudiste salir ese año porque ya estabas muy malito…recuerdo
que llovió mucho y hubo procesiones que no salieron, supongo que estaban
tristes de no verte bien y una semana después descansaste en paz. Desde entonces
yo perdí la esperanza, la ilusión y la devoción de vivir la Semana Santa, no
tenía ganas de nada, te das cuenta con el paso del tiempo que cuando una
persona se va de tu lado sabes cuánto la quieres de verdad y en mi caso es
muchísimo.
Eran años de recuerdos llenos de amor pero siempre esperando
a verte recorrerlas como cuando estabas vivo. Suena un poco triste, lo sé pero
al fin y al cabo permaneces en mi corazón, y decidí marcarme objetivos para
dedicártelos a ti todos. Uno de ellos dedicarme a la fotografía y otro poder
plasmar en las fotos lo que para mi significaba la semana santa. En dos
ocasiones me presente al concurso de Luz Penitente en los cuales quede segunda
premiada, el primero fue especial pero el segundo mucho más porque di un gran
cambio en el mundo fotográfico respecto a mi evolución artística, quizá fue porque
lo presente para dedicártelo a ti su nombre
fue “La mirada compasiva”.
Pensé que este año iba a ser como los anteriores, tristes,
pero no. Hoy en día tengo que agradecerle al niño de mis ojos el cual nació al
poco tiempo de que te fueras, que me ha devuelto esa ilusión que pensé que no
iba a tener nunca más, porque junto a él he podido vivir lo que un día viví de
pequeña. Verlo tocar su tambor en sus procesiones y disfrutando como yo hacía
cuando estabas aquí con todos nosotros.
Sé que desde arriba me
estas cuidando y yo siempre me acordare de ti gracias a esta cofradía tan
especial. Seguiré cumpliendo con mis objetivos que me he marcado y todos irán
dedicados a ti. Muchas gracias por ser quien eres y por hacerme una pequeña
semana santera de los pies a la cabeza.
Te quiero muchísimo y siempre te querré.
Texto y fotos: Déborah González
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