Amanece el Jueves Santo, comienzan los días grandes de la Pasión zamorana y La Esperanza toma las calles de nuestra ciudad.
Cuando
aún el sol es débil miles de hermanas, ataviadas con mantilla y luto
riguroso, acompañan a la Madre en su lento caminar hasta la Catedral.
Abandona la que ha sido su casa, Cabañales, desde el pasado Martes Santo
tras la despedida de su hijo.
La
banda de cornetas y tambores, seguido del barandales, inicia la
procesión. Largas filas de hermanas continúan el desfile a través de los
centenarios arcos del Puente de Piedra y entonces, cuando el sol
comienza a brillar con fuerza, aparece Ella, la protagonista de la
mañana del Jueves Santo. Su rostro muestra esperanza, sus brazos ruegan
piedad, La Esperanza está en las calles de Zamora.
"Ahora
os pido un momento de sacrificio" dice el Jefe de Paso, y es que la
emblemática calle de Balborraz vuelve a ser testigo de su dolor, de sus
lágrimas, del sufrimiento de una madre consciente de que su hijo es
preso del destino, pero aún guarda esperanza y no está sola, tras las
hermanas son los hermanos con sus capas verdes quienes escoltan a la
Virgen. Con paso corto, despacio, sin estridencias, como nos gusta a los
zamoranos, sube la cuesta a los sones de La Saeta.
Ya
en la Catedral, todas las damas y hermanos se congregan en el atrio
para una última despedida, La Salve, ¡Oh clementísima! ¡oh piadosa! ¡oh
dulce Virgen María!. Quizás no sea el mejor canto de nuestra Semana
Santa, pero sí el más popular, el más sentido y el más especial. Y así,
sin más ruegos, sin más súplicas, afrontando el dolor nos adentramos en
la Pasión del Señor.
Texto: Miguel Ángel Rosón
Fotos: Horacio Navas
Fotos: Horacio Navas
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