martes, 18 de abril de 2017

75 AÑOS, Unidos una vez más

San Lázaro está de celebración, su Iglesia parroquial acogió hace tres cuartos de siglo a su Hermandad.

Como símbolo de unión entre hermanos, al término de un conflicto, para que sirva de ejemplo de lo que no tiene ni debe de suceder nunca. 

Surgida la hermandad en el seno de hermanos excombatientes, con el episodio de la caída como razón de existencia, siendo un símbolo de unión, que como siempre después de una caída toca levantarse.

Así se levantó la hermandad para acompañar a Jesús con la cruz con la imagen de la Caída de Ramón Álvarez en los inicios y con la imponente figura de Quintín de Torre después.

A lo largo de los años abriendo la procesión los clarines dejando atrás claras referencias militares, con emblemas y cruces, cruz de yugos y corona de arados, que aportó Coomonte plasmando el carácter de la tierra zamorana.

Sube por el Riego el raso negro de los caperuces y el aire juega con la capa blanca con el emblema de la cruz de San Fernando recordando los orígenes castrenses de antaño.

La hermandad y Zamora son partícipes del momento de la Despedida, queriendo acompañar en ese íntimo espacio donde las miradas de madre e hijo se cruzan y sus manos no llegan a tocarse. María quiere acariciar el hombro del hijo, sus manos no se tocan como mal presagio de lo que sucederá a lo largo de la pasión.

La imagen de Jesús caído, imagen titular, aparece en la tarde-noche girando su cuello por el peso de la cruz y queriendo asomarse a todos con ese rostro suave y dulce; se retuerce queriendo mirar al cielo para así, recordar a los que no están, a los caídos en todos los conflictos, a los hermanos que una vez le acompañaron portando su hachón.

Porque es la esencia de la hermandad, recordar a los que no están por uno u otro motivo, siempre bajo la imponente imagen de este Jesús, que camina todos los Lunes de pasión y continua todo el año desde su nuevo altar en la iglesia, recuperando así la importancia para iglesia, barrio y hermandad.


Foto cedida por nuestra socia Debbie
La virgen cierra el desfile, implorando al cielo, su mano extendida antes tan cerca del Hijo, ahora levantada pidiendo por él; queriendo ayudarle con el peso de la cruz.
La obra de Abrantes conocida como la pescadera, avanza la última en su dolor, la primera de las Madres que van a acompañar a lo largo de la Semana Santa a Nazarenos y Crucificados.

Parece extender la mano para ayudar a su hijo a levantarse, clavando la mirada en el cielo para poder acercarse un poco más a Él, y cuando mas adelante en la Plaza pueda hacerlo, todos los pasos y hermanos la esperan para el acto de recuerdo a los hermanos difuntos. Arropado todo ello con las notas de la "la muerte no es el final", como anticipo de lo que vendrá al final de la semana.

Ahora sí, todos los pasos juntos bailan al son de la música del acto, los hermanos acompañan la letra bajo los caperuces mientras la multitud agolpada en el lugar guarda silencio.

Todos juntos, haciendo hermandad, sin divisiones ni bandos; así se quiso hace 75 años y así se hace y se continuará haciendo, unidos una vez más.

Texto: Carlos Gutiérrez
Fotos: Isabel Pardal y Debbie Photography

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