Tarde de nervios… de ilusión. Tarde de
resplandor… de sol. Tarde de tristeza… de flagelación. Tarde de amor… de
familia. Tarde de morado… de Cofradía.
La tarde del Jueves Santo en Zamora
abarca tantas cosas, que nadie es capaz de asimilarlo. Y es que, ¿a quién no se
le pone los pelos de punta ver salir del Museo esas Imágenes con tan
impresionante banda sonora? Esas figuras realmente están caminado, hablando, respirando.
La Cruz, junto a los medallones de los
hermanos, se refleja gracias a la luz del sol, que brilla como nunca. Dándole,
así, un protagonismo especial a los pies de Pedro y Juan que, aun estando en la
misma acción, las intenciones de ambos son muy distintas; o a las manos de
Jesús, cuando reparte entre sus discípulos el vino y el pan.
Y desde la acera, ya sea como cofrade o
como espectador, observamos y recordamos esos y otros de los momentos más
importantes que vivió Jesús, que no son más que los mismos momentos que todos
nosotros vivimos cada día.
La mirada de Jesús, frente al Ángel
recién aparecido, es la mirada de todos los zamoranos durante los 365 días del
año, cuando nos arrodillamos y pedimos por un mundo sin traiciones, sin abusos,
sin injusticias.
Pero ese mundo no llega. Lo
comprobamos, primero, con Judas. ¿Cuántos Judas hemos tenido en nuestras vidas?
¿Cuántas veces hemos tenido que llorar por esa traición del que se suponía que
era nuestro amigo?
Después, no puedo por menos, tengo la necesidad
de evitar los golpes que los sayones le propician a la espalda de Nuestro
Señor. Él, me pide que le ayude pero yo le respondo que, a veces, somos tan
impotentes frente a algunas acciones, que poco o nada podemos hacer.
Finalmente, comprobamos de nuevo que el
mundo antes descrito no llega, cuando observamos a Poncio Pilato lavándose las
manos delante de todos nosotros, en plena Plaza Mayor de Zamora. Jesús,
naturalmente, cierra los ojos. No quiere seguir viendo las injusticias que se
acometen día a día, cuando el inocente es culpado y el culpable es absuelto.
Y nuestras vidas, junto a la de Jesús,
llegan a la Plaza de la Catedral. Uno de los momentos más alegres de la tarde,
cuando te juntas con la familia y amigos para merendar, tomar un respiro y
recordar tiempos pasados.
La tarde ya se ha convertido en noche y
es hora de regresar. Es ahí cuando la Rúa de los Notarios, aun machacada y
arruinada por el tiempo, es capaz de regalarnos una especie de aureola para que
la procesión imponga más a nuestro paso. Jesús, mirando al cielo mientras le
colocan la corona de espinas, lamenta el estado en el que se encuentra nuestro
Casco Antiguo. ¿Pero es que no nos damos cuenta?
La Plaza de Santa María La Nueva vuelve
a colorearse de morado. Todas las escenas vuelven a su hogar, pero hay una
imagen que representa a todas las miradas observadas en estas últimas horas.
Una imagen que representa al buen ser humano frente a las injusticias de este
mundo. La imagen de un hombre que traspasa las puertas de su hogar e intenta
resolver las dudas a todas las cuestiones de la vida.
Y me quedo callado, pensando,
reflexionando… Agradeciéndole al Señor por una tarde como esta. Una tarde en la
que, a pesar del mundo en el que vivimos, nos da fuerzas para seguir y luchar
por nuestros hermanos de fila, nuestras familias y nuestros amigos. Una tarde
donde el Señor nos ha regalado, a través de una Cofradía, una lección de vida.
Tarde de nervios… de ilusión. Tarde de
resplandor… de sol. Tarde de tristeza… de flagelación. Tarde de amor… de
familia. Tarde de morado… de Cofradía. Tarde de miradas… de vida.
Texto y vídeo: Óscar Antón
Fotos: Jenny Sánchez
Fotos: Jenny Sánchez
No hay comentarios:
Publicar un comentario