Con un orden ejemplar salen los cofrades de Santa María la Nueva para recorrer las tortuosas calles de su recorrido, calles que se llenan de altos caperuces que parecen apuntar al cielo. Figuras casi fantasmales entre las luces de las velas rojas van avanzando en el cortejo fúnebre.
Entre las figuras iluminadas de los penitentes aparece un sonido propio de la noche del jueves, en ocasiones inapreciable, es la madera de tres cruces arrastrándose, soportadas por hombros de hermanos que voluntariamente y en un acto de fé, quieren sentir el peso del calvario.
La noche avanza hacia el acto que culmina todo recogimiento recogido. En la plaza de Viriato todos los hermanos acogen la imagen de Jesús Yacente, le arropan formando un anillo que da forma a la plaza.
En un silencio, solo interrumpido por las esquilas y el crepiteo de las velas, irrumpe el coro de la hermandad entonando el Miserere, el acto de alabanza mas grande de toda la semana santa; un llamamiento que asciende como una implosión de fe, de emoción, de sentimiento zamorano, unido todo ello en una plaza que se queda pequeña ante tal expresión de recogimiento.
Y con el corazón en un puño regresa al templo de salida donde descansa el Yacente todo el año. A la espera de que Zamora le vuelva a brindar otro pedacito de noche para encoger el alma, palpando el recogimiento.
Autor: Carlos Gutierrez
Fotos: Isabel Pardal
Y con el corazón en un puño regresa al templo de salida donde descansa el Yacente todo el año. A la espera de que Zamora le vuelva a brindar otro pedacito de noche para encoger el alma, palpando el recogimiento.
Autor: Carlos Gutierrez
Fotos: Isabel Pardal
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