miércoles, 10 de mayo de 2017

Suena Thalberg..... "La Mañana" está en la calle.

Es Viernes Santo, y Zamora madruga para acompañar a Jesus Nazareno en su particular camino, un camino duro, que aquí en Zamora comienza en la que a sido su casa desde hace más de 360 años, la imponente iglesia de San Juan, donde comienza el sermón junto a su paso titular y su imagen más venerada.
Los hermanos de cruz, se concentran en las inmediaciones de la puerta sur del templo, que vestidos de percal negro se preparan para iniciar el camino
Zamora acude a la llamada de la Congregación, acude al sonido de la sordina y del bombo destemplado; 
suena el Merlú, que como todos los años anuncia el ascenso al Calvario particular, al Crucero.

La ciudad congregada a los pies de la Iglesia escucha el estruendo de tambores, que explota en el algarabío de hermanos en un mar de cruces negras.
Y en el interior del templo suena Thalberg, esas primeras notas inconfundibles de la Pasión, propias de un pueblo, convertido en himno que suenan una noche más de viernes Santo.


Son las 5 de la madrugada y ya baila el Cinco de Copas en San Juan , el centurión indica el camino en la noche y un pueblo entero sigue al Nazareno cargando con la cruz....Suena Thalberg, la Mañana sale a la calle.


De camino a Las Tres Cruces, se desarrolla la escena de la Pasión, por Renova avanza La caída y se muestra de la mano de Ramón Alvrez, en uno de los rostros más humanos de la Semana Santa; donde Jesús cae entre gestos de dolor de la Madre y sonrisa burlona de un niño.


Avanza, casi flotando, la madera hecha Redención, esperando que amanezca para reflejar los primeros rayos de sol en el espejo de Benlliure.
Detrás, como si de una escena de dos piezas se tratara, aparece Las tres Marías y San Juan, demostrando Hipolito conjugar, con escasos colores, el parentesco con la obra que le precede.

Sube la procesión por Santa Clara, y el Nazareno por un instante y haciendo alusión a la pluma de San Lucas y a la gubia de Pedrero, se preocupa más de consolar a las santas mujeres, que del castigo afligido. 
Su rostro de dolor es bien conocido pues se encarga de recogerlo La verónica en un paño y mostrárselo a Zamora en su elevada peana sobre un manto de flores, hondeando con orgullo entre sus brazos el "vero icono"

Jesús es despojado de sus ropajes, con la mirada absorta, fija en el barreno que atraviesa la cruz donde se fijará el hueso y cruzará el clavo. 
Llega a las tres Cruces Jesús recostado en la rígida madera y esta vez Ramón Alvarez, nos muestra, como nadie, el crítico y duro momento de La crucifixion; pues parecen resonar los llantos de dolor y de los martillos en la madrugada ante la frialdad del centurión, mostrandole la escena a los presentes, y estos contienen el aliento en la fria mañana, al ver la imponente escena de La Elevación de la Cruz; en un alarde de equilibrio se eleva la cruz hacia al cielo ya amanecido ante la mirada de dolor de los suyos.
La procesión llega al crucero con el dolor y sufrimiento de Cristo, arropado por los hermanos acompañandole en su Agonía, junto a María y San Juan y el abrazo de María Magdalena a los pies de la cruz, que ya está en pie, erguida, divisando a lo lejos la imagen delicada y dulce de su madre.


Sola va La Soledad, con la mirada caída, recogida en su dolor, con las manos entrelazadas en un gesto de resignación y tristeza. La cabeza agachada, perdida en sus pensamientos bajo la preciosa corona y bajo el manto protector de tantos y tantas.

Después del descanso, donde se desarma el nudo en la garganta y se desenoje el corazón de todo Zamora, se vuelve a llenar el horizonte de cruces. Esa porción de Zamora que antaño la cubrían terrenos y fincas hoy absorbida por el desarrollo pero manteniendo la tradición. 
Las filas forman y La Congregación rinde homenaje a su imagen mas venerada realizando la Reverencia simbolizando el encuentro de Jesús con su madre.

La procesión baja de camino hasta la Plaza Mayor entre sonidos del Melú, Thalberg, sol y almendras garrapiñadas. Es aquí, donde horas antes iniciaba entre una multitud de hermanos la andadura hasta el crucero, donde tradición y alarde bajo los banzos se juntan para el bailar los pasos.

Y de nuevo aparece la Soledad, ya no tan sola, pues de nuevo la marea de cruces de sus hermanos aparece como símbolo de respeto y despedida mientras entra por la puerta hacia su descanso del resto del año.

La mañana regresa a casa, los pasos descansan en el Museo, y en esa despedida a la Virgen se pedirán deseos para dentro de un año, cuando el dedo del centurión volverá a marcar el camino, cuando se congreguen en torno al Merlú, cuando toquen los tambores, cuando vuelva a sonar Thalberg, cuando el reloj marque las cinco de la mañana, cuando se vuelva a congregar El vulgo, entonces será cuando la La Mañana esté en la calle.

Texto: Carlos Gutierrez
Fotos Isabel Pardal.



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