miércoles, 29 de abril de 2020

SPES 2020

En este día triste de Jueves Santo os quiero hablar, como hermana de la Cofradía, de una sensación que en la mayoría de los casos pasa desapercibida; el tacto.

Este sentido es uno de los menos valorizados y sin embargo, si cerramos los ojos y respiramos profundamente, las hermanas de la Esperanza podríamos reconocer entre cientos el tacto áspero y delicado de una mantilla, como se desliza por nuestros dedos mientras la sacamos de la cajita en la que tan cuidadosamente la guardamos año tras año. Cómo cae sobre nuestra cara y hombros mientras nuestra hija, madre, abuela, vecina o amiga la coloca sobre la peineta una, dos o tres veces hasta que queda perfecta.

La peineta, de carey o concha, ¿la notáis en las manos? No hay año que no pase mis dedos por ella y no sonría recordando algún momento del pasado sujetándola con fuerza mientras el viento arrecia y nosotras cruzamos el Puente de Piedra. Ella es como nuestra Virgen, fuerte y firme, sujetando todo el peso de unos días como estos, llenos de tristeza por no estar a su lado.

Ahora quiero que recordéis el tacto ligeramente tosco de vuestro abrigo de paño mientras lo pasáis por vuestros hombros, la suavidad del forro interior. Qué combinación tan extraña, ¿no creéis? Es como cuando se te eriza la piel de las piernas veladas por unas medias negras con el frío y sin embargo el sol te abriga con su calor de las once de la mañana pasando por la Calle Vigo.



El sol también acaricia nuestra medalla, portada con orgullo sobre el pecho, la cual tocamos a través de los guantes blancos. Recorremos sus líneas, los trazos del rostro, corona, manto y túnica de la Virgen de la Esperanza que nos da fuerzas en todos los momentos del año.

Durante tres horas nuestras manos portan la tulipa. La de veces que la paso de mano a otra, que toco el cristal para calentarme, que recorro el reborde ondulado o incluso llegó a mancharme los guantes con el hollín. A ratos mirando la llama fijamente, otros jugando a deshacer la vela.

¿Y los pies? Quién no ha sentido que los zapatos le mataban, que los tobillos le dolían y se ha descalzado momentáneamente para relajarnos. Tocar el suelo frío y sentir cierto alivio mientras hacemos un fondo es una sensación que difiere de cualquier otra.
¿Y las hermanas que descalzas hacen penitencia? Menudo valor tienen al sentir las medias que se les van rasgando, los restos de pipas que se clavan en los pies y no saben cómo quitarse, los adoquines irregulares que les hacen trastabillar.

Los pies sienten y se resienten mucho durante esa mañana pero al llegar a la Plaza de la Catedral un fortalecedor sentimiento nos mantiene firmes andando los últimos tramos, recogiendo en las manos la tulipa de una hermana que está agotada, poniendo una mantilla que está por caerse en los últimos instantes del recorrido, cogiendo a una niña para que vea como nuestra Virgen de la Esperanza da los últimos pasos de camino a la que es su casa.

Este año debemos agudizar los sentidos para recordar todos esos momentos únicos que a lo largo de nuestra vida hemos parecido obviar. Este año no os saco de la caja, mantilla, peineta, medalla, abrigo y tulipa. Este año permaneceréis guardadas y tristes, pero es que este año debemos cuidar unos de otros con la llama de la esperanza puesta en nuestros corazones.


Texto: Alexia Esteban
Foto: Anselmo Esteban

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