lunes, 30 de abril de 2018

Al Tercer Día


2018. En teoría un año más madrugando para acudir a la llamada de "El Zorro".

Pero no, no es un año más, diversos acontecimientos lo han hecho especial y diferente. Mi ilusión por acudir a la Resurrección sigue intacta. Fue mi primera incursión en la Semana Santa, allá por el 1969, con lo cual está próxima la efemérides de mi 50 aniversario con la Cofradía.

He tenido la suerte de ver varios cambios en el desfile y todos con mucho cariño.

Pero, como decía este año ha sido singular. De ocho cofrades que solíamos salir en familia, por diversas causas sólo hemos salido tres, y uno de ellos integrado en la organización, por lo que se acorta más el grupo. Aún así hay que pensar en positivo y recordar el desfile con el mismo afecto de siempre.

Acompañando a mi Cristo voy por las calles que me vieron nacer y que este año no tuve ocasión de recordarle a mi hija (como hago todos los años) el lugar exacto. Seguro que ella lo recordó por igual.

La mañana acompaño gratamente mientras subíamos hacia el Puente y el inicio de la Cuesta del Pizarro, donde tan buenas imágenes tienen a bien realizar los grandes aficionados a la fotografía.

Pequeño descanso, sobre todo para los cargadores que con ganas y fuerza llevan al "Zorro" hacia el esperado parón en la iglesia de San Ildefonso.

 
Un descansito y agradable rato en buena compañía. En la casa del gran Antonio Pedrero entro, donde nos acoge a todos sin miramientos, ofreciendo su saludo y su hospitalidad año tras año.

De allí, con la alegría propia del día, nos encaminamos por nuestra Rúa camino a ese ansiado encuentro en la Plaza Mayor, donde por fin este año he podido disfrutar de la maravillosa Suite Sayaguesa que, con el arte del gran David Rivas y la interpretación del no menos grande Luis Antonio Pedraza, culmina una mañana excepcional.

Desgraciadamente este año tuve que retirarme por motivos laborales, pero disfruté como todos los años de un gran desfile.

Espero mejorar mis sensaciones el año próximo, acompañando en esa ocasión a la Virgen de la Alegría, a la cual tuve el honor de acompañar en mi mayordomía en 2004.

Deseo que todos disfrutemos por muchos años de nuestra gran Cofradía de Jesús Resucitado.

Un abrazo


Texto y dibujo: Anselmo Esteban

domingo, 29 de abril de 2018

La Virgen de San Juan y de Zamora

Llega por fin la tarde del Sábado Santo y como cientos de personas, me puse a guardar sitio en la puerta de la Iglesia de San Juan, mirando con cierto miedo al cielo y rogando que no pasase como la víspera y por fin no lloviera y siguiera nuestra Semana Santa adelante con sus recorridos procesionales.

La Plaza Mayor era un hervidero de gente y sobresalía sobre todo el color negro de las capas de las hermanas que iban cogiendo sitio para salir.

Al fin llega la hora, se colocan todos en su sitio y sacan a la Virgen situándola entre la Policía Municipal con su uniforme de gala y al son del himno.

Una vez fuera, subida a la mesa y se afianza la imagen ante la mirada de miles de ojos, la mayoría inmortalizando el momento con sus cámaras y al fin avanza la imagen al son de la Salve interpretada magníficamente por una Banda.


Una vez vista la salida una rápida carrera para ver la procesión ya formada y de vuelta a la Iglesia, el sitio escogido fue la calle de San Torcuato.

Una vez colocado en primera fila, se ve a lo lejos venir las luces de las velas, aunque como siempre en la Plaza de Alemania hace estragos y muchas se apagaron y se tuvieron que encender de nuevo.

Este año vi la procesión muy organizada, pero las cuatro filas, dos a cada lado hacían que debido a la proximidad, invitaba al dialogo entre ellas, sobre todo en los fondos.

Me llamó la atención la gran cantidad de madres y abuelas iniciando a sus nietas en la Semana Santa y transmitiendo  su devoción a la Virgen de Zamora. Me parece que es la mejor manera de que esa generación siga adelante con la Virgen, con lo cual quiero dar un toque a muchas de nuestras procesiones y sus listas de espera.

Una vez dicho mi punto de vista, me saca de mis pensamientos la marcha de Thalberg y el corazón me dice que ya llega ella, con sus lágrimas en las mejillas, sin saber que a la mañana siguiente a pocos metros se va a encontrar con su Hijo resucitado.

Al seguir a la procesión hasta la Plaza Mayor para escuchar (no cantar para que pueda salir el Resucitado) la Salve, con las piernas doloridas, voy pensando que otra Semana Santa más a la espalda y lo que queda para otra.



Texto y vídeo: José María Álvarez
Foto: Óscar Antón

sábado, 28 de abril de 2018

Pasado, Presente, Futuro


Esa mañana, el sol brillaba más que nunca. No importaba lluvia o nieve, para mí ese día siempre fue el más brillante del año. Era un día ajetreado, un día de no parar, sí: pero siempre fue el día más familiar de toda la Semana Santa. Túnicas y hachones llenaban el salón, galas de luto las habitaciones. Antes de que nadie se hubiera dado cuenta, mi abuela había sacado todos los enseres necesarios para esa noche: noche de Viernes Santo. Además, nosotras (mi hermana y yo) nos despertábamos solamente pensando en ver esas infinitas procesiones, con tantas imágenes, cada año contando cuántas eran, por la mañana y por la tarde, y deseando que justo delante de nosotras sonara un Mater Mea o un Thalberg. Viernes Santo siempre fue día de comida familiar, de juntarnos todos y hablar, pues desde Navidades algunos no nos veíamos. Pero sobretodo, Viernes Santo siempre fue día de la reina de la casa, mi abuela. Siempre fue día de visitar a Nuestra Madre antes de acompañarla por la noche. Y la noche anterior, antes de dormir, rezarle y pedirle al tiempo que nos dejara pasear por las calles de Zamora a su lado, en su noche. El momento justo después de cenar siempre fue un caos: “Esta no es mi túnica (ellos)”, “Este no es mi abrigo (nosotras)”, “¿Dónde están mis guantes?”, “¿Has visto mi vela?”. Y la siempre sonada frase “Te lo tenías que haber probado antes, este año has crecido mucho, a ver si no te va a valer”. Pero así son los recuerdos; dispersos, impredecibles. Así se recuerdan los momentos más importantes de una vida. Y al final, todos juntos, con la reina en medio, foto para, un año más, enmarcar la felicidad antes de acompañar a nuestra Madre, Nuestra Madre.

***


Ya van siendo unos años que la reina de la casa no sale, pero que nos espera a sus nietas, herederas de su tradición, en la fila esperando a que la saludemos. Y este año tampoco pudo Nuestra Madre lucirse por las calles de su preciosa Zamora. Pero te prometo, abuela, que dentro de la iglesia en todo momento recé por ti, y lloré por que no pudieras sentirte orgullosa de tus nietas saliendo en procesión cuando te saludáramos, y otras diez veces más viéndolo en la televisión. Por ti. 


Texto y foto: Gema Llamero

viernes, 27 de abril de 2018

El Cielo Llora


Las profundidades de las Tierras del Pan y del Vino tiemblan. Una tétrica oscuridad se abalanza sobre ellas y los cielos sacuden con fuerza a las nubes que se ubican en Zamora. Un humilde vecino menciona: “verdaderamente, este era el Hijo de Dios”.

Cristo acaba de morir en plena plaza de Santa María la Nueva. En su costado aún brota la sangre de su recién creada llaga. Frente a Él, la Virgen de los Clavos le observa con el alma desgarrada. A su izquierda, intenta tranquilizarla el mudo sonido de las campanas de un Barandales de bronce que lleva siendo testigo, desde 1994, de los acontecimientos acaecidos en esta armoniosa plaza.

Comienza el entierro. Algunas personas, magníficamente vestidas de luto con túnica de terciopelo, lo desclavan despacio y lo descienden de la cruz suavemente, con mucha delicadeza. Y antes de que lo introduzcan en la urna, se lo muestran a su Madre, que todavía no puede creer que lo haya perdido.

Es ella la que clama al cielo, agarrando aún más si cabe esa corona de espinas y esos clavos que tiene en su mano, sufriendo unas heridas que para nada son comparables con el dolor interno que está sobrellevando. Es ella la que provoca el llanto al cielo.

Y ahí acaba. Todo acaba para ella. Todo. Y es entonces cuando se levanta y se desplaza, lentamente, hacia su casa. Un lugar cargado de tristeza, dolor, súplicas, injusticias, traiciones… Un lugar donde, qué ironía, tantas y tantas personas disfrutan.

Se cierran las puertas. El entierro acaba. El cielo llora.
Finaliza por las calles el Viernes Santo en Zamora.

 

Texto y foto: Óscar Antón

jueves, 26 de abril de 2018

Bajo tus Banzos

    Desde que nací me llamaste a tu lado, en los primeros pasos como Cofrade acompañe tu semblante, en mi niñez me enamoré del “pilluelo de los Clavos”, bajo mi juventud crecí bajo tu mirada, en mi adulta primavera me formaré bajo tus banzos…..

    Que has hecho conmigo, Jesús de “La Caída”; nunca me imaginé bajo tus banzos, nunca…. Y sin embargo siempre fuiste Tú, que en mi edad temprana ya desfilaba desde las 5 de la madrugada y siempre intentaba hacerlo a tu lado. <<vamos Papá, que podamos ir entre “La Caída” y “La Verónica”>>. 

    Fuiste desde mi infancia mi paso preferido, mi Nazareno por devoción. Con ese “Niño tan bello que portaba la cesta con los clavos, martillo en mano” que enamoró mi alma.


    Tuve la gran suerte, que nunca lo fue, pues tu quisiste que el pasado año, mis hombros llevasen medio recorrido tu peso. Un esfuerzo que enamoró mi corazón hasta lugares insopechados, pues ya no puedo vivir sin saber lo fue, y como un regalo enviado por ti, desde el cielo, me dejaste de nuevo, este año con carga completa, volver bajo tus banzos para aliviar tu dolor, bajo tu mirada, tierna de cariño y devoción.

    Pude escuchar bajo tu semblante “Perdónalos” y llevarte bajo paso firme con la marcha de “Thalberg”. Subiendo hacia el calvario del las Tres Cruces, que antaño se encontraba extramuros de la Ciudad.

    He visto reflejado en tu rostro, la hermosa frase que nos dejaste en “La Pasión”….. <<Ves Madre, Yo hago nuevas todas las cosas>>, y es que en tu Caída has prendido una llama en mi Corazón y en la de mi familia, que en cada esfuerzo bajo los banzos, hacía nuevo un sentimiento que crecía en mi interior.

    Solo puedo decirte, Jesús de “La Caída”, gracias por disponer que fuesen mis hombros los que en parte también soportasen el peso de Tu Cruz, pues cual Cireneo me siento, afortunado de ser hoy y para siempre, un pedacito mas de la madera de tu mesa, parte del esfuerzo de tus hermanos de Paso y fiel servidor bajo tu manto.


Texto y foto: Juan Manuel Bragado

miércoles, 25 de abril de 2018

Mi Lágrima del Yacente


Me dirigía con mi colega hasta Zamora, una pequeña ciudad de la que nunca habíamos oído hablar, pero un primo mío estuvo el año pasado en un botellón que se celebró allí en la noche del Jueves Santo y nos dijo que era una pasada de fiesta. Así que, sin pensarlo, nos compramos un par de botellas de ron y pa´ ahí que nos fuimos.

La verdad es que estábamos muy animados y, aunque estuviese lloviendo con abundancia, esto no impidió que se nos quitaran las ganas de jarana. Pillamos sitio para aparcar en la zona de La Marina, pero no fue hasta que bajamos del coche cuando nos dimos cuenta del frío que estaba haciendo.

¡Y aún teníamos que ir andando hasta el Parque de San Martín! Pues nada, cogimos las bolsas con las botellas de alcohol y preguntamos a un hombre súper abrigado la manera de llegar hasta ahí y, amable pero con un poco de desdén, nos mostró el camino más corto.

Así pues, enfilamos la famosa Calle Santa Clara y, una vez llegados a la Plaza Mayor, tuvimos que preguntar de nuevo, pues entre el viento y la fuerte lluvia que se estaba ocasionando, perdimos un poco la orientación. Esta vez fue una chica la que, muy encantada, nos dijo que fuésemos por donde el Museo de Semana Santa ya que, por ahí, tardaríamos menos en llegar.

Bueno, pues cuando menos lo esperábamos, aparecieron ellos. Unos cofrades con túnicas blancas y largos capirotes salían de una Iglesia… ¡Vaya faena! Nos quejamos porque ahora nos tocaba rodear y unos hombres que estaban viendo la procesión nos miraron e hicieron un gesto para que nos callásemos. ¡Todo nos estaba saliendo mal en esta ciudad! Y, aunque ya estábamos un poco mosca por la situación, nos metimos por una calle estrecha que había entre esta Iglesia y el Museo de Semana Santa para, después, acercarnos a una especie de mirador y ver que, por ahí abajo, estaba el Parque de San Martín.

Lamentablemente, los cofrades se acercaban y nosotros estábamos súper perdidos. Sabíamos que si íbamos por donde ahora mismo transitaba la procesión, llegaríamos enseguida, pero no teníamos ni la más remota idea de cómo llegar si tirábamos por otro lado. Así que, después de maldecir lo que nos venía a la cabeza, decidimos ver y esperar a que acabara la procesión…

¡Lo que me faltaba! Me voy de fiesta y termino viendo una procesión de Semana Santa... Encima no paraba de llover y hacer viento. ¿Alguien me lo podía explicar? En fin, nos apoyamos en la pared e intenté sacar el móvil para entretenerme, pero las cosas cada vez estaban yendo peor, pues me lo había dejado en el coche…

Esto no podía ser cierto. En pleno enfado, le pedí el móvil a mi colega, pero pasaba de mí, pues estaba ensimismado viendo la procesión.

Muy sorprendido, decidí mirar yo también y lo primero que ví son dos pequeños cofrades sosteniendo un cojín con una corona de espinas. Me pareció, cuanto menos, curioso. Pero poco después, empecé a dejarme llevar gracias al sonido provocado por los hachones que llevaban los cofrades cuando los apoyaban en el suelo. Esto me hizo fijarme en que algunos de ellos iban calzados con sandalias franciscanas y otros descalzos…

Por un momento pensé que los de esta ciudad estaban locos, ¡mira qué salir descalzos en una procesión y encima con el frío y el viento que hacía! La verdad es que era algo nada comprensible para mí. Pero luego cavilé sobre mi situación y mi intención de ir de botellón con la misma climatología y me di cuenta de que lo mío era bastante peor, incluso estúpido.

Y mientras que en primer término escuchaba el tintineo de una campanilla portada por un cofrade, de fondo no dejaba de oír, inconscientemente,  el “ruido” que salía de los altavoces de los coches que estaban parados en la zona del botellón y, por consiguiente, el griterío de la gente. Por increíble que parezca, todo lo que se oía de fondo me molestaba. En ningún momento me dieron ganas de ir a San Martín a beber, ligar o armarla… Y después de mirar de nuevo a mi colega, pensé que a él tampoco le interesaba ya la fiesta…

De repente, un sonido en la procesión dejó de lado el ruido de fondo que tanto me llegaba a molestar. Ese sonido lo provocaba un cofrade llevando sobre su hombro una gran cruz de madera, que arrastraba por el suelo. Estaba confundido, pues todo me estaba pareciendo muy hermoso, muy intenso.

La penitencia que se estaba viviendo entre los cofrades de esta procesión y entre sus ciudadanos, que a pesar del mal tiempo seguían viéndola, me estaba llegando muy adentro. Comencé a tener unos sentimientos que hacía mucho, muchísimo tiempo no vivía. Demasiado tiempo, diría yo…

Estaba en pleno debate con mi corazón cuando, de repente, se empezaron a escuchar los latidos desgarradores de unos tambores que provocaron la aparición de lágrimas en mis ojos.


El cosquilleo que indujeron estas lágrimas en mi rostro cesó cuando lo vi a Él. Estaba muerto, cubierto en una especie de urna de metacrilato y portado por 8 cofrades en unas simples parihuelas. Justo cuando pasaba frente a mí, el fuerte viento trasladó una de mis lágrimas, que, fusionada en ese momento con el agua de la lluvia, se dejó caer en el sitio exacto de la urna donde se ubicaba su mano izquierda.

Mi lágrima ya no me pertenecía. Ahora era suya.

Entonces fue cuando lo entendí. Fue en ese preciso momento cuando mi mente se adaptó a la de los zamoranos y mi corazón se abrió al de esta tierra castiza.

La procesión finalizó y tanto mi colega como yo nos quedamos boquiabiertos, asustados y temblorosos porque lo que acabábamos de presenciar era muy auténtico y real. Nos miramos pero no nos dijimos nada. Nos lo estábamos diciendo todo tan sólo con vernos los ojos. Nos habíamos olvidado del botellón, de la fiesta y de la jarana y fue entonces cuando comenzamos a escuchar nuestros verdaderos corazones, nuestros sinceros sentimientos y nuestras auténticas lágrimas.


Texto: Óscar Antón
Foto: Horacio Navas