martes, 10 de abril de 2012

Delirios de Incienso y Cera (4ª Parte)

Delirio IV


Lunes 2 de Abril de 2012


UN SUEÑO EXTRAÑO




"El interior de la iglesia luce completamente abarrotado, casi tanto como los metros que rodean el templo, teñidos de blanco y negro. Algunas mujeres dan retoques de última hora a las tres imágenes, recolocando una rosa aquí y un clavel allá.
Algunas cruces apoyan su hombro en un rincón despejado mientras algún que otro tambor lanza al aire un redoble descompasado. Se afinan cornetas y se rezan oraciones de lo más diversas, pidiéndole al cielo una tregua para este año.
Mía es una de las voces silenciosas, que procura no parecer demasiado preocupada ante tantos nubarrones.
Los nervios empiezan a despuntar por encima de los altos caperuces, los cargadores ultiman sus almohadillas y echan un ultimo vistazo a la estampa viva en madera que bailara sobre sus hombros: la despedida de un hijo, una corona de espinas, los yugos hechos hoy cruz, la última caída de Cristo, la madre bañada en amargura...

El peso del tambor a mi derecha no impide que mi cuerpo se arquee al pasar junto a Cristo. Iluso de mí al intentar hacer coincidir nuestras miradas.
Las últimas órdenes, los últimos consejos, las últimas sonrisas antes de sumirse en la oscuridad del raso.
Las esquilas del Barandales retumban como un grito ahogado en medio de un universo vacío. La mano temblorosa comprueba que el medallón esta en su sitio. Y por un momento...todo parece detenerse y al contemplarlo, uno se da cuenta de que no hay  nada en más perfecta armonía.
La banda se une al sonoro comienzo mientras las faldillas de los “pasos” caen con la majestuosidad presente sólo en los pequeños detalles. Es estonces cuando todo mi cuerpo parece renacer después de un año y los golpes destemplados sobre el parche se convierten en el latido de todos y cada uno de los cargadores.
Y así, siguiendo el regio vuelo de las capas blancas, Jesús en su Tercera Caída hace desperezarse a San Lázaro.
Pero la noche aún no ha regalado toda su magia a la ciudad de Zamora. Queda aún una puerta al pasado por la que pies cansados como los míos pueden hallar la justa recompensa a una tarde procesionando. Y lo haré, como cada año, sumido en el más absoluto silencio y con el corazón en un puño al contemplar a esos monjes del cister caminando, con paso lento y seguro, hacia un destino incierto – quién sabe si el alma de los zamoranos, o el recuerdo de las sombras que ya no están entre nosotros, o el abrazo de esas voces que se alzaran para un Cristo que ya ha expirado
Lo haré estudiando al detalle las formas fantasmagóricas que surgen de las teas encendidas. Formas que darán luz a callejas, a rúas y a esquinas en penumbra, hipnotizando las miradas de quien han dejado su cámara de fotos a un lado, atónito, y ha decidido abandonarse a ese sano misticismo que nos embarga de vez en cuando.

A lo lejos una cruz vacía, desnuda, en donde dejar por un momento el ruido y la torpeza del día a día, las prisas y el desatino de tantas y tantas jornadas de no parar un momento quieto. Y descansar. En el sentido más exquisito y delicado de la palabra. Y recostar en ella toda esa desdicha que parece que nos hace pequeños en nuestra vida cotidiana, pero que hoy, esta Semana, se hace a un lado para dejar paso al sentimiento más apasionado del que es capaz el ser humano.
Y será entonces, cuando el pensamiento esté encelado en encontrar adjetivos que definan una sensación tan extraña, cuando al final de la calle aparezca, en ángulo que al profano le parecerá casi imposible, el Cristo de la Buena Muerte.

Será como si volase sobre recuerdos de piedra, como si el rostro sereno apaciguara por unos momentos al mismísimo Duero. Será como si la luz de la luna se concentrara en su pecho, como si los pies estuviesen a punto de tocar el suelo de esa calle, de esa ciudad, que hoy se acostará un poquito más tarde. Y será como si el tiempo, caprichoso donde los haya, se detenga justo en el preciso instante en que la imagen pasa a tu lado, y no aciertes a pronunciar suspiro o murmullo que defina tanta hermosura. Ni siquiera el silencio hará justicia a la muda conmoción al verse un ser diminuto ante una muerte tan bella.

Y es posible que, por una vez, haya lágrimas que corren tras los párpados. Una agitación pausada y un tormento placentero. Es posible que, por una vez, tocando a su fin este Lunes Santo, uno sueñe, quién sabe cómo y porqué, con teas de gélido fuego y el ardor del frío raso"
Texto: Álvaro Carvajal
Fotografías cedidas por: Pablo Alfonso Pérez

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