Todavía no he
tenido el placer de conocer a ese tal “Coronavirus” y, la verdad, no tengo
intención ninguna de hacerlo pues, por lo que veo (y observo todo muy bien),
debe de ser una persona muy mala.
Nació hace unos
6 meses y, desde entonces, no ha hecho más que provocar cosas horribles en todo
el mundo. Decídmelo a mí pues yo, con 9 meses de vida, lo peor que he hecho son
unos simples y minúsculos arañazos a mis papis en la cara.
El caso es que, gracias a este “tío”, no salgo de casa
a dar un paseo desde hace unas semanas. Vale, tenéis razón, no sé todavía
caminar. Pero no me diréis que salir a la calle montado en un carrito y que te
empujen mientras vas conociendo todas las calles y rincones de Zamora no mola,
¿eh?
Y aunque me pase casi todo el día babeando, de una
cosa estoy seguro: estoy cansado de él. Que si el “Coronavirus” ha hecho esto,
si ha hecho lo otro..., ¿cuándo podré tomar aire fresco?
Porque, ojito, que luego llegaría la Semana Santa. Mi
primera Semana Santa ¡y me la paso encerrado en casa todo el día! Con la de
planes que tenía preparados para, exagerando un poquito, cada momento.
Hubiese conocido al famoso Nazareno de San Frontis; tenía
cita para asustarme con mi primer “ruido” de las carracas del Espíritu Santo;
quería haberme quedado atónito viendo al Barandales de Luz y Vida; sonreír
junto a la Borriquita; chillar en pleno Juramento del Silencio; querer tocar
las Capas Pardas que llevan esos hombres que miran al suelo; escuchar en
directo al asombroso Merlú o querer llevarme un globo de esos que tiran, desde
los balcones de la Plaza Mayor, el Domingo de Resurrección.
De todo eso algo me ha enseñado papá por la tele pero,
evidentemente, seguro que no hubiese sido lo mismo conociéndolo en directo, en
primera persona.
Aunque de todo, lo que más estoy echando en falta es
lo que se supone que debía de estar haciendo ahora mismo. Estamos por la tarde
y hoy es Jueves Santo. Ahora debería estar en la Cofradía de la Santa Vera
Cruz, Disciplina y Penitencia (jo, ya me sé el nombre completo y todo). Pero no
me refiero a que debería estar en la calle únicamente. Más bien, debería estar
desfilando junto a papi en la procesión y acompañando a Jesús hasta la Catedral
mientras está de rodillas frente a un ángel o mientras recibe un beso de un
señor que se suponía que era su amigo.
¿Me imagináis a mí, con estos ojazos y con mi túnica
de terciopelo morado que hizo Marisa, la amiga de abuela, desfilando en la
procesión? ¡La de público que me hubiese visto y me habría hecho el tonto para
que yo les dedicara una sonrisa!
Entiendo que ahora está lloviendo y que la procesión
no hubiese salido igualmente. Se me hubiera chafado el plan de todas las
maneras, pero no es lo mismo una ilusión caída por una lluvia que por una
pandemia. Que no salga una procesión por lluvia duele, sí, pero que no salga
una procesión por una pandemia son palabras mayores.
Por eso, reconozco que un poco sí que me “alivia” el
que esté lloviendo ahora mismo. Si no existiese la pandemia, habría más agua
derramada por los llantos de los cofrades que por la lluvia, pero no es el
caso.
Y acabará la Semana Santa pero seguiremos en
cuarentena hasta… ¿cuándo? ¿Nos quedaremos sin romerías? ¿Nos quedaremos sin ir
a La Hiniesta? ¿Un bichito hará que se rompa una tradición de 729 años? Ufff,
me empiezan a doler los dientes sólo de pensarlo (y eso que todavía no me han
salido).
En fin, la tarde está siendo oscura, triste y
deprimente. Pero como buen sabio que soy ya, lo mejor es pensar en que a partir
de ahora cogeremos las cosas con más ganas y que, el año que viene, será una
Semana Santa mejor y, sobre todo, viviré una Vera Cruz con, todavía, más
ilusión.
Y, así, sonreiré cuando vea el paso de La Cruz; me
asomaré para verle los pies al Pedro del Lavatorio; buscaré al perro de la
Santa Cena; intentaré tocar los olivos de la Oración en el Huerto; me enfadaré
cuando vea al soldado romano del Prendimiento; me asustaré con los calvos de La
Flagelación; me fijaré en los detalles de La Coronación de Espinas; me
entristeceré al ver al Ecce Homo; conoceré al niño de La Sentencia; ayudaré con
la cruz al Nazareno y amaré a la Virgen Dolorosa.
Texto: Óscar Antón
Fotos: Jenny Sánchez
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